sin punto y pelota

Solos y borrachos

Suele pasar cuando analizamos qué ha aportado el capitalismo a las mujeres, que sale bien parado y se lleva menos medallas que la política

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Las VTC –los Uber, Bolt, etc para entendernos– me hacen un gran servicio de madre de adolescentes. No sé si tanto como para considerarlo servicio público pero, aunque somos cada vez menos por la demografía, tampoco somos pocas, que todo es cuestión de organizarse e ... imponer agenda política. Nuestros hijos salen de marcha a sitios un poco remotos, luego lo piden en formato casi autobús y van cayendo uno a uno en las puertas de sus casas, con los gastos repartidos. No hay que preocuparse sobre si serán prudentes como para no montarse en el coche de alguien que dice que controla pero, en fin, ese control de tranquis, bro, que voy bien. Donde vivo, además, noto que hay una convivencia buena con el taxi, si no, no entiendo cómo hay gente que paga más de 100.000 euros por una licencia de las de toda la vida. Será que hay mercado para todos. Como pregunto a taxistas y conductores de plataformas me cuentan datos curiosos: hay de los primeros que tienen licencias VTC y los conductores de estos últimos están contentos con la labor de los sindicatos porque han mejorado sus condiciones laborales en los últimos tiempos.

Me fijo y, entre los que llevan los coches del algoritmo, hay de todo: cincuentones y jovencitos, españoles e inmigrantes, incluso una vez me tocó un marroquí que me dijo que admiraba a Trump y que Sánchez estaba en manos de los «jodíos» de Marruecos que, aclarado, resultaron ser judíos, en su versión. En general, tengo la sensación de que las plataformas han proporcionado oportunidades laborales a personas que, antes, lo podían tener, sí, «jodío». Curran mucho pero el último que me llevó por Madrid me dijo que no estaban tan mal, con el aire puesto a tope en el coche mientras el asfalto ardía. Hay quien encuentra cierta dignidad en el trabajo duro más que en un peregrinaje por ventanillas de cita previa de ayudas.

Hace unos días, el Gobierno, obligado por la Justicia europea a abrir la mano con las licencias VTC, declaró que el taxi era un servicio de interés público, para volver a la casilla de salida. A las madres de adolescentes nos parece que los Uber y compañía también lo son. Reducen huella de carbono, al ir dejando a precio cerrado a los ocupantes en distintos portales ya haber provocado que caiga el número de jóvenes deseosos de carné y coche, nos tranquiliza el conductor puntuado en la app y nos evita tener que ir a por ellos. Pueden llegar solos y borrachos. Solas y borrachas. O sobrios. Sin ningún pacto entre partidos, sin modificar códigos penales. Sin ampollas en los pies por las sandalias que algunas tuvimos al andar, sin miedo, por Madrid, veranos de primeros 90, Castellana arriba, terraceo nocturno, sin encontrar taxi.

Suele pasar cuando analizamos qué ha aportado el capitalismo a las mujeres, que sale bien parado y se lleva menos medallas que la política. Ahí está la lavadora, la nevera, la aspiradora y píldora anticonceptiva. Inventos, todos, que nos han dejado más tiempo para nosotras. Con los VTC, dormimos mejor. Así que menos pancartas demagógicas y más libertad de empresa.

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